30 de noviembre de 2015

LOS PUENTES DE MADISON (The Bridges of Madison County)
(USA) Warner Bros / Amblin / Malpaso, 1995. 135 min. Color.
Pr: Clint Eastwood y Kathleen Kennedy. G: Richard LaGravenese, basado en la novela de Robert James Waller. Ft: Jack N. Green. Mt: Joel Cox. DP: Jeannine Oppewall. Vest: Colleen Kelsall. Ms: Lennie Niehaus. Dr: Clint Eastwood.
Int: Clint Eastwood, Meryl Streep, Annie Corley, Victor Slezak, Jim Haynie, Phyllis Lyons, Michelle Benes, Sarah Kathryn Schmitt, Christopher Kroon.
La resignada Francesca (Meryl Streep) se ha quedado sola en casa. Su familia ha viajado durante unos días a la feria de ganado del Estado y ella ha preferido quedarse al cuidado del hogar.
El fotógrafo Robert Kincaid (Clint Eastwood), que se ha perdido por las carreteras del condado, aparece frente a su casa preguntando por un puente.
Nuestra Francesca, que no tiene nada mejor que hacer, se ofrece para acompañarlo hasta ese puente que Robert desea fotografiar.
Pronto se establece una corriente de confianza entre ellos y un cigarro es una buena excusa.
En ese marasmo de rutina y aburrimiento en que se ha convertido la vida de Francesca, su encuentro con ese fotógrafo le trae un pequeño soplo de alegría.
Primer síntoma de atracción y un momento de galantería: él le ofrece un ramillete de flores silvestres que ha recogido junto al puente buscado.
Ríen, bromean y se divierten. Él la fotografía y ella comienza a sentirse de nuevo mujer.
Sentados sobre la hierba, Robert regala a Francesca una cruz que lleva colgada en el cuello.
De regreso a la cercana ciudad, el solitario Robert no deja de pensar en su encuentro con Francesca
y siente que desea volver a verla.
 
Mientras toma un baño, Francesca tal vez comienza a "sentir" su cuerpo ahora desnudo. El orgullo de mujer deseada despierta en ella sensaciones ya olvidadas.
SINOPSIS: Los hijos de Francesca Johnson, tras el fallecimiento de ésta, leen el diario que les ha dejado, en el que revela su secreta historia de amor con Robert Kincaid, un fotógrafo de la revista “National Geographic”. Ocurrió veinte años atrás, en el otoño de 1965, y duró sólo cuatro días, justo el tiempo que quedó sola en casa mientras su esposo y sus dos hijos adolescentes asistían a la feria ganadera de Iowa. Kincaid, perdido por los caminos rurales de la zona, llegó hasta la granja de los Johnson preguntando por un determinado puente cubier­to para fotografiarlo y ella se prestó a acompañarle. Sin apenas pretenderlo, una corriente de simpatía, respeto y atracción, les unió en ese breve espacio de tiempo.
Han quedado para cenar en casa. Ella instintivamente se pone su mejor vestido para recibirle.
La velada transcurre con placidez mientras ambos se hacen confesiones.
Bailan con la música de la radio e inevitablemente surge el beso y Francesca se entrega al hombre que ha devuelto a su adormecida vida la pasión y el deseo.
Una romántica imagen de Francesca y Robert.
Llega el día en que su esposo e hijos regresan a casa después de esos cuatro días que
ella ha vivido tan intensamente con Robert.
Diluvia en la ciudad. Desde el interior de la furgoneta de su marido, Francesca contempla a Robert muy cerca, en el coche que les sigue a ellos.
Robert, empapado por la lluvia, le pide silenciosamente con el rostro suplicante que regrese con él.
La mano de una escindida Francesca duda en abrir la portezuela y correr hacia ese hombre del que se ha enamorado. Duda entre dos vidas.
Veinte años después, tras el fallecimiento de Francesca, sus hijos descubren en un diario esa ocultada historia de amor que vivió su madre y en los primeros momentos no saben cómo reaccionar.
COMENTARIO: La impresionante “SIN PERDÓN”, aquel western crepuscular y desmitificador cuyas meditadas imágenes teñidas de una profunda tristeza, a veces en el borde de la fantasmagoría, revisaban y desmontaban los últimos iconos de la mitología de un género que creíamos (gozosamente equivocados) muerto, y la magnífica “UN MUNDO PERFECTO”, crónica servida a través de una reconfortante nitidez narrativa y un dominio absoluto de todos los elementos que conforman una puesta en escena de sencillez sólo aparente, fueron las dos anteriores obras dirigidas por Eastwood que venían entonces a ratificar para los más renuentes que el autor de “EL AVENTURERO DE MEDIANOCHE” había alcanzado, peldaño a peldaño, la plenitud de su talento.
En su siguiente película, la que ahora nos ocupa, Francesca, esa mujer replegada sobre sí misma que ha adormecido su desasosiego y renunciado a sus anhelos eclipsada en sus funciones de ama de casa, esposa y madre, adquiere la dimensión de una sirena varada rescatada sin proponérselo por ese fotógrafo errante que el azar coloca delante de su casa. Ella y él vivirán un romántico, bellísimo “breve encuentro”, un despertar de dos seres atrapados en un amor imprevisto y tardío, perdurable sólo -como se verá- en la renuncia y la distancia.
En “LOS PUENTES DE MADISON”, que a día de hoy considero una de las cumbres narrativas de Clint Eastwood, es la serenidad adquirida en la lucidez, el cristalino conocimiento del ser humano y un absoluto dominio del lenguaje de la cámara (la suave cadencia de las secuencias, el ritmo pausado que permite la observación de los pequeños detalles), lo que hacen de ella una emocionante obra maestra, de esas que dejan una huella imborrable en el espectador.
Las sinceras composiciones de Eastwood y la Streep consiguen elevar algunas secuencias a la categoría de momentos antológicos. Son muchas, pero destaquemos la última de ellos dos: su muda despedida bajo la lluvia y sus respectivos vehículos-destino bifurcándose para siempre tras el instante sublime del semáforo en rojo, la titubeante mano de Francesca (exponente de su conflicto interior) a punto de agarrar el picaporte que abriría la puerta a otra vida, Robert colocando la cruz en el espejo retrovisor... Toda esta escena, que en su día consiguió humedecer los ojos de quien esto escribe, es emparentable a otra semejante perteneciente a “YO VIGILO EL CAMINO”, la gran película de John Frankenheimer, que no me resisto a describir: el sheriff (Gregory Peck) y su familia regresan a casa después de ver en el “Drive-In” una película de Jerry Lewis y el coche que conduce Peck momentaneamente se coloca detrás de otro vehículo en el que viaja la joven (Tuesday Weld) de la que está locamente enamorado, acompañada de los suyos. Ella representa su fugaz escapada de la acogotante realidad, amor prohibido de imposible prolongación, mientras en la banda sonora oímos “Face of Despair” cantada por Johnny Cash.
La anegante intensidad emocional de esos dos momentos que describo sólo la puede deparar un arte tan completo y apegado a la vida como es el cine. Eastwood y Frankenheimer son los que en este momento nos ocupan, pero acuden a mi memoria momentos de Ford, Donen, Mizoguchi, McCarey, Sirk, Ophuls, Erice...

23 de junio de 2015

NINOTCHKA
(USA) MGM, 1939. 110 min. BN.
G: Charles Brackett, Billy Wilder, Walter Reisch (y Ernst Lubitsch), basado en una historia de Melchior Lengyel. Ft: William Daniels. Mt: Gene Ruggiero. DA: Cedric Gibbons y Randall Duell. Vest: Adrian. Ms: Werner R. Heymann. Pr y Dr: Ernst Lubitsch.
Int: Greta Garbo, Melvyn Douglas, Ina Claire, Bela Lugosi, Sig Rumann, Felix Bressart, Alexander Granach, George Gaye, Rolfe Sedan, Edwin Maxwell, Richard Carle, George Tobias, Dorothy Adams, Tamara Shayne, Peggy Moran, Mary Forbes.
Ninotchka (Greta Garbo) es una convencida funcionaria soviética que ha viajado desde Moscú a París
con una delicada misión.
Ninotchka se reune con Iranoff (Sig Ruman), Buljanoff (Felix Bressart) y Kopalski (Alexander Granach), camaradas que la precedieron en su viaje a la capital del Sena y que ahora temen ser enviados a Siberia.
En su primera salida del hotel, Ninotchka se topa con Leon (Melvyn Douglas), un atractivo francés que se ofrece a guiarla por la ciudad.
El desconcertado Leon se siente poderosamente atraído por esa mujer sin que
al principio sepa muy bien discernir por qué.
El motivo de su viaje a París es vender unas joyas requisadas con el fin de recaudar dinero para la revolución. Los abogados franceses exponen a Ninotchka las dificultades políticas y legales de esa operación.
La tenacidad de Leon y el poderoso influjo que Ninotchka ejerce sobre él, le empujan a insistir en su afán de abrirse camino hasta su corazón.
Ninotchka comienza a no ser ajena a los encantos y "tentaciones" de una ciudad como París. Frente al espejo, con ese extraño sombrero en la cabeza, parece poner en cuestión por primera vez sus firmes convicciones.  
Comiendo en un restaurante para obreros, tras intentarlo inútilmente con algunos chistes, por fin nuestro amigo Leon consigue romper la soviética armadura de Ninotchka y ella reirá a mandíbula batiente cuando a él se le rompe la silla y cae al suelo.
Probando los placeres de la "decadente" vida capitalista.
SINOPSIS: En París, un playboy protegido de una aristócrata rusa exiliada tras la revolución bolchevique, termina enamorándose de una extricta comisaria soviética que ha viajado desde Moscú para cerciorarse de que los tres comisarios que la precedieron están cumpliendo su cometido. Pero los “decadentes” encantos de la ciudad del Sena y la perseverancia del atractivo galán que la corteja, irán socavando sus convicciones comunistas.
Tras una velada mágica, Ninotchka y Leon han regresado al hotel: amor, champagne y juegos nocturnos.
Están borrachos y enamorados. Ella ha olvidado ya la razón de su presencia en París y él está experimentando por primera vez el verdadero amor.
Ese ridículo gorro fue la pieza que abrió brecha en el adoctrinado cerebro de Ninotchka. El carácter seductor de Leon hizo el resto.
Swana (Ina Claire) es la aristócrata rusa exiliada, antigua dueña de las joyas incautadas. Sin embargo, ella ahora está más preocupada ante la posibilidad de perder el afecto de Leon al que considera "propiedad" suya. Teme que Ninotchka se lo arrebate y a su manera lucha por él. 
Esa mirada "perdida" de Greta Garbo aflora inevitablemente, includo en esta comedia. Aquí está frente a Leon pero por unos momentos parece no verle. Ella se encuentra más allá. 
De regreso a Moscú tras su misión en París, regala a su compañera de habitación, Anna (Tamara Shayne), una "negligé" francesa de raso al enterarse de que se casa.
El reencuentro con los tres camaradas (que gracias a su informe no han sido deportados a Siberia) y que ahora son para ella sus grandes amigos.
Una bonita foto de la Garbo para promocionar "NINOTCHKA".
COMENTARIO: Imagino que no descubro la rueda si digo que Ernst Lubitsch fue un gran estilista. La clave secreta de ese toque suyo, el llamado “toque Lubitsch” tan difícil de definir, tenía su punto de partida en esa manera juguetona, irónica e inimitable con que satirizaba las debilidades del ser humano en sociedad. Y su elegancia mental le llevaba a originales maneras de abordar las escenas casi siempre diseñadas para suministrar al espectador detalles y sugerencias que lo convirtieran placenteramente en cómplice de lo que ocurría en la pantalla.
En sus comedias, llamémoslas frívolas (varias de comienzos del sonoro con elementos que las situarían dentro del género musical), casi siempre “ambientadas” en algún país europeo, las historias estaban relacionadas esencialmente con el dinero y el sexo, dos cosas que el público (en especial el americano) entendía y valoraba. De ahí, el éxito y popularidad que en general obtuvieron sus películas realizadas en la década de los treinta. 
George Bernard Shaw dijo en cierta ocasión: “Si deseas contarle a la gente la verdad, hazles reir o te matarán”. Supongo que el autor de la divertida parodia anti-nazi “SER O NO SER” tuvo siempre en cuenta este sabio consejo y ahí están “EL DESFILE DEL AMOR”, “MONTECARLO”, “UN LADRÓN EN LA ALCOBA” y otros memorables títulos de su filmografía hablándonos con perspicacia de la realeza, el sexo y el dinero.
En “NINOTCHKA” -que de alguna manera es una versión de Pygmalion, de una estatua que cobra vida, a través del proceso de transformación de esa comisaria soviética enviada a París-, además de los temas ya mencionados en el párrafo anterior, entra en juego el arte de Lubitsch para desarrollar una malévola y desarmante burla de las ideologías establecidas: comunismo versus capitalismo. Y así tenemos una perfecta y deliciosa comedia -que en su día no fue valorada en su justa medida- en la que se sumaron los talentos de Billy Wilder, Charles Brackett y Lubitsch para conseguir unos resultados que se me antojan insuperables. El ritmo, la brillantez, ligereza y precisión de los diálogos, la elegancia e inventiva de una puesta en es­cena que confió plenamente en la inteligencia (e imaginación) del espectador y todo ello potenciado por esa magia indescriptible que desprende la presencia de Greta Garbo en la pantalla (quién si no Garbo podía haber sacado tanto partido de ese delicioso momento en que contempla con calma la lujosa suite que le está destinada y pregunta “¿Qué parte de la habitación es la mía?”), elevaron esta película a la categoría de obra maestra seminal para todos los que a partir de ella han querido acercarse (mínimamente) al estilo Lubitsch, tan “invi­sible”, elíptico y sencillo en apariencia, pero tan demoledor y eficaz en sus propósitos.
No hay nada como el paso del tiempo y la perspectiva que proporciona, para recolocar cada obra, cada persona, en el lugar que les corresponde. En el caso de “NINOTCHKA”, nadie dudaría en situar este inmarchitable título de Lubitsch como una de las diez mejores comedias de la historia del cine.

7 de mayo de 2015


EL PROCESO (The Trial / Le procès)
(Fr-It-Al) Paris Europe / FICIT / Hisa, 1962. 118 min. BN.
Pr: Alexander Salkind. G: Orson Welles, basado en la novela de Franz Kafka. Ft: Edmond Richard. Mt: Yvonne Martin, Fritz H. Mueller, Chantal Delattre y Orson Welles. DA: Jean Mandaroux. Vest: Helen Thibault. Ms: Jean Ledrut y el "Adagio" de Albinoni. Títulos: Alexandre Alexeieff y Claire Parker. Dr: Orson Welles.
Int: Anthony Perkins, Jeanne Moreau, Romy Schneider, Orson Welles, Suzanne Flon, Madeleine Robinson, Akim Tamiroff, Elsa Martinelli, Fernand Ledoux, Maurice Teynac, Jess Hahn, Billy Kearns, William Chappell, Arnoldo Foá, Wolfgang Reichmann, Thomas Holtmann, Katina Paxinou, Michel Lonsdale, Paola Mori.
Una mañana, Josef K (Anthony Perkins) es despertado por un hombre (Arnoldo Foà) que aparece en su dormitorio de la pensión donde reside y que se identifica como Inspector A.
Mientras se viste, es vigilado por los dos ayudantes del inspector (Jess Hahn y Billy Kearns).
El rostro de Josef K delata miedo e indefensión ante una situación que no comprende.
Su patrona, Mrs. Grubach (Madeleine Robinson), parece sentir por el joven Josef K un "amor maternal".
Angustiado, vigilado, acosado, perseguido...
Marika Burstner (Jean Moreau) es una mujer extraña, esquiva e intempestiva que también se hospeda en la pensión de Mrs. Grubach.
Escenarios angustiosos, salas, archivos y pasillos interminables, y Josef K tratando inútilmente de escapar de esa pesadilla.
En la mirilla de la puerta, los ojos inquisitivos de Leni (Romy Schneider) la muchacha al servicio del abogado al que acude Josef K en busca de ayuda legal.
El aspecto imponente del abogado (Orson Welles) deambulando por sus lúgubres y abigarrados aposentos.
SINOPSIS: Joseph K., un respetable funcionario, despierta una mañana y se encuentra con la policía en su habitación de alquiler. No logra saber de qué se le acusa pero a partir de ese momento entabla una lucha con la Ley que le llevará ante agen­tes del aparato judicial, abogados, familiares, otros acusados, servidores de los tribunales, un pintor de jueces y finalmente un sacerdote. Sin lograr saber con exactitud cuál ha sido su falta, y en total rebeldía contra el sistema, dos policías le dinamitan en un descampado en las afueras de su fantasmal ciudad.
El abogado con su "servicial" Leni, escucha con cierta displicencia el relato de Josef K.
Leni es una criatura gatuna y desconcertante.
Bloch (Akim Tamiroff) es un resignado cliente del abogado que espera pacientemente, allí mismo, en la mansión del letrado, la resolución de su caso.
Entre las múltiples funciones de Leni, se encuentra la de amante de su jefe.
Leni se encarga de entretener melosamente a los dos angustiados clientes del abogado.
Las desproporcionadas puertas de la Ley empequeñecen la figura de quien pretende tener acceso. 
En su infructuosa búsqueda de sentido y solución a la situación surgida, Josef K se topa con la sensual mujer de un ujier del Palacio de Justicia (Elsa Martinelli) y durante unos momentos se deja llevar por ella.
Desde luego, este plano recuerda mucho a las inmensas oficinas donde trabajaba el J.J. Baxter de "EL APARTAMENTO" de Billy Wilder.
Ante algo que no domina ni comprende, Josef K comienza a rebelarse en esa sala de juicios repleta de personas ajenas a su problema.
La reaparición del Inspector A con dos amenazantes esbirros no hace augurar nada bueno para nuestro atribulado Josef K.
Solo, abrumado, impotente, Josef K se acerca al dramático final de ese pesadillesco periplo. 
NOTA DE TEO CALDERÓN: Se cumple el centenario del nacimiento de Orson Welles y este blog ha querido rendir tributo al genio de Kenosha hablando de una de sus películas. Cualquier título podía servir y habiendo sido reseñados aquí en ocasiones anteriores "CIUDADANO KANE", "EL CUARTO MANDAMIENTO" y "SED DE MAL", ahora he elegido, casi por sorteo, "EL PROCESO". Sin embargo, la ocasión era especial y he creído más oportuno y aportativo el comentario que sobre este film escribió Juan Cobos (amigo personal de Welles, crítico, ensayista y una gran autoridad en el estudio de la figura y obra de este inabarcable genio) para mi libro "Movie Movie". Una tarea que el director de la prestigiosa revista Nickel Odeon (ya extinta) ejerció con sumo placer y que he agradecido siempre. Habrá más oportunidades para reproducir textos suyos estudiando otras películas de Welles, redactados para las diferentes ediciones del mencionado libro que, dicho sea de paso, inspiró este blog. 
COMENTARIO DE JUAN COBOS: La película comienza con una historia en diapositivas de dibujos hechos con sombras de alfileres que cuenta la extraña historia de un hombre que pasó toda su vida ante las puertas de la Ley y murió sin poder flanquearlas. Y la propia voz de Orson Welles —adaptador del relato de Kafka— nos da la clave de lo que seguirá: "La lógica de esta historia es la lógica de un sueño, o de una pesadilla". El que la primera imagen que sigue sea el rostro dormido de Joseph K que abre los ojos permite considerar si realmente llegó a despertar ante la presencia de un extraño o si lo que le sucede es justamente una pesadilla.
Ante la posibilidad, poco frecuente en su carrera, de que le produjesen una nueva película, Welles eligió "El proceso" entre una serie de títulos libres de derechos de autor según Salkind, el productor, pues éste descartó filmar una historia original del director. Como siempre que adaptó textos ya existentes —y fue en la mayoría de sus películas— el autor de "SED DE MAL" escribió un excelente guión que respetando esencialmente a Kafka le permitió hacer una obra que es genuinamente cinematográfica. La fe indivisible del director en la imagen y la palabra aparece aquí una vez más.
Las largas escenas, en general de varios mi­nutos cada una, que componen "EL PROCESO" llevan dentro una realización dinámica donde el encuadre y la palabra se reparten el protagonismo sin dañarse. Una fotografía casi siempre nocturna que permite el contraste continuo entre zonas de sombra con otras de fuertes golpes de luz transmiten esa sensación primordial de un mundo ilógico que tiene más de sueño que de realidad. Fundamentalmente es Joseph K quien se expresa con la lógica cotidiana, incapaz de comprender lo que le sucede y pasando de figura pasiva a airado atacante de la injusticia en que se ve envuelto y que todos parecen aceptar como algo normal. En esa peripecia, o quizás pesadilla real, las mujeres juegan un papel erótico de primer orden, desde las amorosas miradas de la señora Grubarch (Madeleine Robinson) y el equívoco comportamiento del personaje de Jeanne Moreau, a los ofrecimientos directos de la mujer del ujier (Elsa Martinelli) o la muchacha del abogado (Romy Schneider), que se entrega no sólo a su señor sino también a los acusados. Incluso la patrona de Joseph K le insinúa su enamoramiento. En el lado opuesto está la incompren­sión o la violencia de los hombres que tratan de convencer al acusado de que acepte como normal su condición culpable.
La estrechez impidió construir unos decorados abiertos que irían disipándose a medida que la historia avanzaba, pero Welles supo sacar un extraordinario partido de las gigantescas dependencias de una estación parisina de ferrocarril ya abandonada. El mobiliario es colocado así en vastos espacios donde perviven los altos techos y las columnas de hierro y donde todo tiene un aire de abandono que se corresponde a la indefensión que atenaza a Joseph K. Este sentido delirante de los espacios y momentos abigarrados como la comparecencia de K ante el Tribunal o las escenas en las escaleras o la casa del pintor abren la película hacia un mundo irreal donde el carácter injusto y deshumanizado de la Ley se corresponde con la historia inicial que hacia el final el abogado (interpretado por Orson Welles) vuelve a explicar a Joseph K.