28 de diciembre de 2015

LA ROSA PÚRPURA DEL CAIRO (The Purple Rose of Cairo)
(USA) Orion / Rollins-Joffe, 1985. 82 min. Color y BN.
Pr Ej: Charles H. Joffe. Pr: Robert Greenhut. Ft: Gordon Willis. Mt: Susan  E. Morse. DP: Stuart Wurtzel. Ms: Dick Hyman y grabaciones. G y Dr: Woody Allen.
Int: Mia Farrow, Jeff Daniels, Danny Aiello, Dianne Wiest, Van Johnson, Edward Herrmann, John Wood, Zoe Caldwell, Deborah Rush, Karen Akers, Milo O'Shea, Stephanie Farrow, Glenne Headly, Michael Tucker.
Cecilia (Mia Farrow) es una mujer desgraciada y anulada por un entorno que no permite las expectativas.
Su marido Monk (Danny Aiello) es un tipo vulgar y violento, incapaz de respetarla.
Su carácter soñador la empuja a un escapismo mental que la libra de mayores males.
Cecilia, que trabaja como camarera en un restaurante infecto, se abstrae en plena jornada laboral.
En el cine de su barrio han estrenado una nueva comedia.
En el patio de butacas nuestra sufrida Cecilia olvida por un rato su mundo de pobreza, broncas y cacharros sucios y se refugia en un mundo deslumbrante e irreal.
Desde la pantalla, el héroe romántico Tom Baxter (Jeff Daniels) vive en blanco y negro una historia ideada por los artífices de sueños en el Hollywood de aquellos años treinta.
Absorta y fascinada, Cecilia se deja raptar por ese mundo de lujo, aventura y romance.
De repente, el héroe de esa película "interrumpe" el desarrollo del argumento y abandona la pantalla para saltar al mundo real.
Desde esa pantalla, sus compañeros de reparto (Van Johnson, John Wood, Deborah Rush, Zoe Caldwell, Milo O'Shea y Edward Herrmann) quedan confusos y desolados ante este fenómeno insólito.
Tom Baxter ha huido de su mundo de celuloide y Cecilia se evade del suyo lleno de platos sucios en una onírica conjugación plena de romanticismo.
SINOPSIS: En la América de los años treinta, en plena Depresión, una chica frágil y soñadora casada con un gandul que además la maltrata, intenta escapar a su deprimente existencia refugiándose siempre que puede en el cine del barrio, donde absorbe con tal entusiasmo las fantasías creadas por Hollywood que un buen día viendo "La Rosa Púrpura del Cairo" el atractivo explorador de la película, sale de la pantalla y se enamora de nuestra heroína...
De un universo inventado en blanco y negro a otro donde los colores no significan necesariamente
alegría y felicidad.
Esta es Emma (Diane Wiest), una "mujer de la vida" que se topa con Tom Baxter y se lo lleva con ella.
Tom, con su vestimenta de explorador aventurero, acaba de la mano de Emma en un lupanar donde es observado y escuchado por las internas como un exótico cliente.
Gil Shepherd, el actor que encarna en la pantalla a Tom Baxter, se presenta en la ciudad donde Cecilia está viviendo su "aventura cinematográfica" para intentar averiguar qué está ocurriendo con su personaje.
Cecilia y Gil Shepherd conversan mientras caminan por las calles de esa ciudad afectada -como tantas otras- por la Gran Depresión, época en que se sitúa la acción.
Escindida entre el mundo real y las fantasías de Hollywood.
Cecilia ya está dentro de "La rosa púrpura del Cairo" como un personaje más de esa película.
El actor y su personaje, frente a frente. En medio, nuestra Cecilia.
La realidad, siempre tozuda, acaba por devolver a Cecilia a su mundo del que sólo puede alejarse durante el tiempo que dura la proyección de una película.
Woody Allen junto a Mia Farrow, en pleno rodaje, repasando las páginas de una secuencia.
COMENTARIO: En una lejana reseña crítica mía, a raíz del estreno de “DESMONTANDO A HARRY”, podía leerse esto: “Para los admiradores de Woody Allen tal vez resulte innecesario, por evidente, decir que cada nuevo film de este cineasta es un paso más en territorio conocido por el autor, pero un paso hacia adelante”. Quienes afirman que Woody Allen “siempre hace la misma película” demuestran haber visto muy pocos trabajos de este director y haberlo hecho con notoria desatención. Para desautorizar este tópico absurdo, bastaría con repasar su ya amplia filmografía, es decir, bastaría con ver sus películas. 
Bien, a riesgo de sonar demasiado rotundo, considero a Woody Allen el más imaginativo realizador americano de estos últimos cuarenta años. Su capacidad para la puesta en escena resulta innovadora y brillante pero nunca pretenciosa al estar siempre al servicio de lo que cuenta, quedando claro que, a diferencia de Bergman (al que quiso “acercarse” en una etapa de su carrera), entre sus muchas virtudes cabría destacar la de saber dotar de transparencia y ligereza los temas más graves y complejos, consiguiendo películas como “BROADWAY DANNY ROSE”, “HANNAH Y SUS HERMANAS”, o la que ahora nos ocupa, una obra de arrebatadora belleza, tierna, suavemente divertida y a la vez profunda­mente triste. Una lúcida reflexión sobre las embelesantes propuestas de la ficción a una realidad miserable y prosaica como es la que vive Cecilia, esa pobre mujer que trabaja como camarera explotada por su jefe y maltratada y engañada por un marido gañán. La única evasión a su alcance a esa vida desdichada es el patio de butacas de un cine al que asiste habitualmente donde proyectan comedias y musicales escapistas y donde se opera el “milagro”, algo inadmisible para el mundo real cuyos representantes (paradójicamente, los hombres de aquel Hollywood) procurarán por todos los medios devolver las cosas a su sitio.
El propio Allen confesó hace mucho que la idea para “LA ROSA PÚRPURA DEL CAIRO” se la inspiró Fellini con aquella primeriza “EL JEQUE BLANCO”. Pero como dato curioso, proponiéndonos encontrar un claro precedente al tema tocado, tendríamos que retroceder a la etapa del mudo hasta aquella formidable cinta de Buster Keaton, “EL MODERNO SHERLOCK HOLMES”, donde el soñador proyeccionista de un cine, imposibilitado para materializar su romance, vive sus fantasías entrando y saliendo de la película que está proyectando en la sala. Si bien, el autor de “MANHATTAN” se muestra mucho más audaz llevando hasta las últimas consecuencias la idea inicial de los dos ejemplos mencionados.
Cierro lo que solo es un breve acercamiento a esta obra maestra de Woody Allen (que aquí se alejaba de la problemática de los neuróticos intelectuales neoyorquinos que venía retratando con frecuencia en su obra para centrarse en un escenario muy distinto, el de los humildes y vapuleados), destacando, además de una asombrosa fotografía de Gordon Willis, la matizada y, por momentos, sublime composición de Mia Farrow, uno de los grandes trabajos de esta actriz (estremecedor e inolvidable primer plano sostenido de ella en el cierre de la película).

30 de noviembre de 2015

LOS PUENTES DE MADISON (The Bridges of Madison County)
(USA) Warner Bros / Amblin / Malpaso, 1995. 135 min. Color.
Pr: Clint Eastwood y Kathleen Kennedy. G: Richard LaGravenese, basado en la novela de Robert James Waller. Ft: Jack N. Green. Mt: Joel Cox. DP: Jeannine Oppewall. Vest: Colleen Kelsall. Ms: Lennie Niehaus. Dr: Clint Eastwood.
Int: Clint Eastwood, Meryl Streep, Annie Corley, Victor Slezak, Jim Haynie, Phyllis Lyons, Michelle Benes, Sarah Kathryn Schmitt, Christopher Kroon.
La resignada Francesca (Meryl Streep) se ha quedado sola en casa. Su familia ha viajado durante unos días a la feria de ganado del Estado y ella ha preferido quedarse al cuidado del hogar.
El fotógrafo Robert Kincaid (Clint Eastwood), que se ha perdido por las carreteras del condado, aparece frente a su casa preguntando por un puente.
Nuestra Francesca, que no tiene nada mejor que hacer, se ofrece para acompañarlo hasta ese puente que Robert desea fotografiar.
Pronto se establece una corriente de confianza entre ellos y un cigarro es una buena excusa.
En ese marasmo de rutina y aburrimiento en que se ha convertido la vida de Francesca, su encuentro con ese fotógrafo le trae un pequeño soplo de alegría.
Primer síntoma de atracción y un momento de galantería: él le ofrece un ramillete de flores silvestres que ha recogido junto al puente buscado.
Ríen, bromean y se divierten. Él la fotografía y ella comienza a sentirse de nuevo mujer.
Sentados sobre la hierba, Robert regala a Francesca una cruz que lleva colgada en el cuello.
De regreso a la cercana ciudad, el solitario Robert no deja de pensar en su encuentro con Francesca
y siente que desea volver a verla.
 
Mientras toma un baño, Francesca tal vez comienza a "sentir" su cuerpo ahora desnudo. El orgullo de mujer deseada despierta en ella sensaciones ya olvidadas.
SINOPSIS: Los hijos de Francesca Johnson, tras el fallecimiento de ésta, leen el diario que les ha dejado, en el que revela su secreta historia de amor con Robert Kincaid, un fotógrafo de la revista “National Geographic”. Ocurrió veinte años atrás, en el otoño de 1965, y duró sólo cuatro días, justo el tiempo que quedó sola en casa mientras su esposo y sus dos hijos adolescentes asistían a la feria ganadera de Iowa. Kincaid, perdido por los caminos rurales de la zona, llegó hasta la granja de los Johnson preguntando por un determinado puente cubier­to para fotografiarlo y ella se prestó a acompañarle. Sin apenas pretenderlo, una corriente de simpatía, respeto y atracción, les unió en ese breve espacio de tiempo.
Han quedado para cenar en casa. Ella instintivamente se pone su mejor vestido para recibirle.
La velada transcurre con placidez mientras ambos se hacen confesiones.
Bailan con la música de la radio e inevitablemente surge el beso y Francesca se entrega al hombre que ha devuelto a su adormecida vida la pasión y el deseo.
Una romántica imagen de Francesca y Robert.
Llega el día en que su esposo e hijos regresan a casa después de esos cuatro días que
ella ha vivido tan intensamente con Robert.
Diluvia en la ciudad. Desde el interior de la furgoneta de su marido, Francesca contempla a Robert muy cerca, en el coche que les sigue a ellos.
Robert, empapado por la lluvia, le pide silenciosamente con el rostro suplicante que regrese con él.
La mano de una escindida Francesca duda en abrir la portezuela y correr hacia ese hombre del que se ha enamorado. Duda entre dos vidas.
Veinte años después, tras el fallecimiento de Francesca, sus hijos descubren en un diario esa ocultada historia de amor que vivió su madre y en los primeros momentos no saben cómo reaccionar.
COMENTARIO: La impresionante “SIN PERDÓN”, aquel western crepuscular y desmitificador cuyas meditadas imágenes teñidas de una profunda tristeza, a veces en el borde de la fantasmagoría, revisaban y desmontaban los últimos iconos de la mitología de un género que creíamos (gozosamente equivocados) muerto, y la magnífica “UN MUNDO PERFECTO”, crónica servida a través de una reconfortante nitidez narrativa y un dominio absoluto de todos los elementos que conforman una puesta en escena de sencillez sólo aparente, fueron las dos anteriores obras dirigidas por Eastwood que venían entonces a ratificar para los más renuentes que el autor de “EL AVENTURERO DE MEDIANOCHE” había alcanzado, peldaño a peldaño, la plenitud de su talento.
En su siguiente película, la que ahora nos ocupa, Francesca, esa mujer replegada sobre sí misma que ha adormecido su desasosiego y renunciado a sus anhelos eclipsada en sus funciones de ama de casa, esposa y madre, adquiere la dimensión de una sirena varada rescatada sin proponérselo por ese fotógrafo errante que el azar coloca delante de su casa. Ella y él vivirán un romántico, bellísimo “breve encuentro”, un despertar de dos seres atrapados en un amor imprevisto y tardío, perdurable sólo -como se verá- en la renuncia y la distancia.
En “LOS PUENTES DE MADISON”, que a día de hoy considero una de las cumbres narrativas de Clint Eastwood, es la serenidad adquirida en la lucidez, el cristalino conocimiento del ser humano y un absoluto dominio del lenguaje de la cámara (la suave cadencia de las secuencias, el ritmo pausado que permite la observación de los pequeños detalles), lo que hacen de ella una emocionante obra maestra, de esas que dejan una huella imborrable en el espectador.
Las sinceras composiciones de Eastwood y la Streep consiguen elevar algunas secuencias a la categoría de momentos antológicos. Son muchas, pero destaquemos la última de ellos dos: su muda despedida bajo la lluvia y sus respectivos vehículos-destino bifurcándose para siempre tras el instante sublime del semáforo en rojo, la titubeante mano de Francesca (exponente de su conflicto interior) a punto de agarrar el picaporte que abriría la puerta a otra vida, Robert colocando la cruz en el espejo retrovisor... Toda esta escena, que en su día consiguió humedecer los ojos de quien esto escribe, es emparentable a otra semejante perteneciente a “YO VIGILO EL CAMINO”, la gran película de John Frankenheimer, que no me resisto a describir: el sheriff (Gregory Peck) y su familia regresan a casa después de ver en el “Drive-In” una película de Jerry Lewis y el coche que conduce Peck momentaneamente se coloca detrás de otro vehículo en el que viaja la joven (Tuesday Weld) de la que está locamente enamorado, acompañada de los suyos. Ella representa su fugaz escapada de la acogotante realidad, amor prohibido de imposible prolongación, mientras en la banda sonora oímos “Face of Despair” cantada por Johnny Cash.
La anegante intensidad emocional de esos dos momentos que describo sólo la puede deparar un arte tan completo y apegado a la vida como es el cine. Eastwood y Frankenheimer son los que en este momento nos ocupan, pero acuden a mi memoria momentos de Ford, Donen, Mizoguchi, McCarey, Sirk, Ophuls, Erice...

23 de junio de 2015

NINOTCHKA
(USA) MGM, 1939. 110 min. BN.
G: Charles Brackett, Billy Wilder, Walter Reisch (y Ernst Lubitsch), basado en una historia de Melchior Lengyel. Ft: William Daniels. Mt: Gene Ruggiero. DA: Cedric Gibbons y Randall Duell. Vest: Adrian. Ms: Werner R. Heymann. Pr y Dr: Ernst Lubitsch.
Int: Greta Garbo, Melvyn Douglas, Ina Claire, Bela Lugosi, Sig Rumann, Felix Bressart, Alexander Granach, George Gaye, Rolfe Sedan, Edwin Maxwell, Richard Carle, George Tobias, Dorothy Adams, Tamara Shayne, Peggy Moran, Mary Forbes.
Ninotchka (Greta Garbo) es una convencida funcionaria soviética que ha viajado desde Moscú a París
con una delicada misión.
Ninotchka se reune con Iranoff (Sig Ruman), Buljanoff (Felix Bressart) y Kopalski (Alexander Granach), camaradas que la precedieron en su viaje a la capital del Sena y que ahora temen ser enviados a Siberia.
En su primera salida del hotel, Ninotchka se topa con Leon (Melvyn Douglas), un atractivo francés que se ofrece a guiarla por la ciudad.
El desconcertado Leon se siente poderosamente atraído por esa mujer sin que
al principio sepa muy bien discernir por qué.
El motivo de su viaje a París es vender unas joyas requisadas con el fin de recaudar dinero para la revolución. Los abogados franceses exponen a Ninotchka las dificultades políticas y legales de esa operación.
La tenacidad de Leon y el poderoso influjo que Ninotchka ejerce sobre él, le empujan a insistir en su afán de abrirse camino hasta su corazón.
Ninotchka comienza a no ser ajena a los encantos y "tentaciones" de una ciudad como París. Frente al espejo, con ese extraño sombrero en la cabeza, parece poner en cuestión por primera vez sus firmes convicciones.  
Comiendo en un restaurante para obreros, tras intentarlo inútilmente con algunos chistes, por fin nuestro amigo Leon consigue romper la soviética armadura de Ninotchka y ella reirá a mandíbula batiente cuando a él se le rompe la silla y cae al suelo.
Probando los placeres de la "decadente" vida capitalista.
SINOPSIS: En París, un playboy protegido de una aristócrata rusa exiliada tras la revolución bolchevique, termina enamorándose de una extricta comisaria soviética que ha viajado desde Moscú para cerciorarse de que los tres comisarios que la precedieron están cumpliendo su cometido. Pero los “decadentes” encantos de la ciudad del Sena y la perseverancia del atractivo galán que la corteja, irán socavando sus convicciones comunistas.
Tras una velada mágica, Ninotchka y Leon han regresado al hotel: amor, champagne y juegos nocturnos.
Están borrachos y enamorados. Ella ha olvidado ya la razón de su presencia en París y él está experimentando por primera vez el verdadero amor.
Ese ridículo gorro fue la pieza que abrió brecha en el adoctrinado cerebro de Ninotchka. El carácter seductor de Leon hizo el resto.
Swana (Ina Claire) es la aristócrata rusa exiliada, antigua dueña de las joyas incautadas. Sin embargo, ella ahora está más preocupada ante la posibilidad de perder el afecto de Leon al que considera "propiedad" suya. Teme que Ninotchka se lo arrebate y a su manera lucha por él. 
Esa mirada "perdida" de Greta Garbo aflora inevitablemente, includo en esta comedia. Aquí está frente a Leon pero por unos momentos parece no verle. Ella se encuentra más allá. 
De regreso a Moscú tras su misión en París, regala a su compañera de habitación, Anna (Tamara Shayne), una "negligé" francesa de raso al enterarse de que se casa.
El reencuentro con los tres camaradas (que gracias a su informe no han sido deportados a Siberia) y que ahora son para ella sus grandes amigos.
Una bonita foto de la Garbo para promocionar "NINOTCHKA".
COMENTARIO: Imagino que no descubro la rueda si digo que Ernst Lubitsch fue un gran estilista. La clave secreta de ese toque suyo, el llamado “toque Lubitsch” tan difícil de definir, tenía su punto de partida en esa manera juguetona, irónica e inimitable con que satirizaba las debilidades del ser humano en sociedad. Y su elegancia mental le llevaba a originales maneras de abordar las escenas casi siempre diseñadas para suministrar al espectador detalles y sugerencias que lo convirtieran placenteramente en cómplice de lo que ocurría en la pantalla.
En sus comedias, llamémoslas frívolas (varias de comienzos del sonoro con elementos que las situarían dentro del género musical), casi siempre “ambientadas” en algún país europeo, las historias estaban relacionadas esencialmente con el dinero y el sexo, dos cosas que el público (en especial el americano) entendía y valoraba. De ahí, el éxito y popularidad que en general obtuvieron sus películas realizadas en la década de los treinta. 
George Bernard Shaw dijo en cierta ocasión: “Si deseas contarle a la gente la verdad, hazles reir o te matarán”. Supongo que el autor de la divertida parodia anti-nazi “SER O NO SER” tuvo siempre en cuenta este sabio consejo y ahí están “EL DESFILE DEL AMOR”, “MONTECARLO”, “UN LADRÓN EN LA ALCOBA” y otros memorables títulos de su filmografía hablándonos con perspicacia de la realeza, el sexo y el dinero.
En “NINOTCHKA” -que de alguna manera es una versión de Pygmalion, de una estatua que cobra vida, a través del proceso de transformación de esa comisaria soviética enviada a París-, además de los temas ya mencionados en el párrafo anterior, entra en juego el arte de Lubitsch para desarrollar una malévola y desarmante burla de las ideologías establecidas: comunismo versus capitalismo. Y así tenemos una perfecta y deliciosa comedia -que en su día no fue valorada en su justa medida- en la que se sumaron los talentos de Billy Wilder, Charles Brackett y Lubitsch para conseguir unos resultados que se me antojan insuperables. El ritmo, la brillantez, ligereza y precisión de los diálogos, la elegancia e inventiva de una puesta en es­cena que confió plenamente en la inteligencia (e imaginación) del espectador y todo ello potenciado por esa magia indescriptible que desprende la presencia de Greta Garbo en la pantalla (quién si no Garbo podía haber sacado tanto partido de ese delicioso momento en que contempla con calma la lujosa suite que le está destinada y pregunta “¿Qué parte de la habitación es la mía?”), elevaron esta película a la categoría de obra maestra seminal para todos los que a partir de ella han querido acercarse (mínimamente) al estilo Lubitsch, tan “invi­sible”, elíptico y sencillo en apariencia, pero tan demoledor y eficaz en sus propósitos.
No hay nada como el paso del tiempo y la perspectiva que proporciona, para recolocar cada obra, cada persona, en el lugar que les corresponde. En el caso de “NINOTCHKA”, nadie dudaría en situar este inmarchitable título de Lubitsch como una de las diez mejores comedias de la historia del cine.