31 de marzo de 2013

EL TREN DE LAS 3:10 (3:10 To Yuma)
(USA) Columbia, 1957. 92 min. BN. MegaScope.
Pr: David Heilwell. G: Halsted Welles, basado en una historia de Elmore Leonard. Ft: Charles Lawton Jr. Mt: Al Clark. DA: Frank Hotaling. Vest: Jean Louis. Ms: George Duning. Can: Ned Washington y George Duning (cantada por Frankie Laine).  Dr: Delmer Daves.
Int: Glenn Ford, Van Heflin, Felicia Farr, Leora Dana, Henry Jones, Richard Jaeckel, Robert Emhardt, Sheridan Comerate, George Mitchell, Robert Ellenstein, Ford Rainey, Dorothy Adams, Richard Devon, Joe Haworth.
Ben Wade (Glenn Ford) y sus secuaces (Joe Haworth, Richard Devon y Richard Jaeckel)
Dan Evans (Van Heflin) y su esposa (Leora Dana) pasan por apuros económicos para mantener su granja.
Emmy (Felicia Farr) sirve copas en el bar y hasta esa barra llega Wade que parece interesarse por ella.
La desamparada Emmy, atraída por Wade, le hace algunas confidencias sobre su vida.
Evans convence a su atemorizada esposa de que merece la pena el riesgo de vigilar a Wade durante unas horas si a cambio les condonan la hipoteca sobre su propiedad.
SINOPSIS: Un granjero con acuciantes problemas económicos, circunstancialmente tiene que asumir las funciones de sheriff y custodiar a un peligroso salteador detenido hasta la llegada del tren que le llevará a la prisión de Yuma. Tendrá que hacerlo sin ayuda de nadie y  bajo la amenazante presencia de los compinches del forajido que tratarán de impedírselo.
Evans se hace cargo de la vigilancia de Wade hasta que llegue el tren de las 3:10 que lo llevaría a Yuma.
La espera se hace tensa y eterna. Las manecillas del reloj parecen no moverse.
Wade consume ese tiempo muerto de la espera con la seguridad de que sus hombres vendrán a rescatarlo.
En su trato con Evans, el forajido Wade irá conociéndolo con sus miedos y sus problemas.
Al final, cuando ese tren está a punto de llegar, Ben Wade llegará a plantearse algunas cuestiones de índole moral y sopesará las alternativas.
COMENTARIO: Tomando como adecuado pretexto el comentario que ahora dedico a “EL TREN DE LAS 3:10”, deseo utilizar una parte del espacio destinado a tal menester para introducir con brevedad telegráfica unos pequeños datos que nos ayuden a situarlo en su justo contexto y así, una vez reunidos los elementos de juicio necesarios, poder efectuar un acercamiento más certero a este western excepcional.
Los integrantes de la nueva crítica cinematográfica surgida fundamentalmente en Francia en la primera mitad de los años cincuenta con “Cahiers du Cinéma” a la cabeza y su repercusión en España que propiciaría la aparición en 1957 de la revista “Film Ideal”, fueron abriendo paulatinamente el encuadre centrado hasta entonces en Ford y Hawks, y comenzaron a prestar atención a los westerns de quienes, lejos de Monument Valley, cabalgaban por otras rutas abriendo nuevas opciones para el género. Eran los representantes de una nueva generación de realizadores que trataban de despegarse del adocenado  pelotón que integraban los Lesley Selander, Ray Enright, Joe Kane, Edwin L. Marin y muchos otros que habían conducido este género hasta el corral de la más anodina serie B. 
Sin duda, los más favorecidos con esta ampliación de foco (a finales de los cincuenta) fueron Anthony Mann y Budd Boetticher, consiguiendo que volviéramos sobre ellos y reparáramos en aspectos que habían pasado desapercibidos ante nuestros condicionados ojos y que, sin embargo, venían a colocarlos en la cumbre del género (que algunos consideran más que eso, elevándolo a la categoría de épica) en virtud de su inteligente planteamiento, vigorosa narrativa, sabia utilización dramática del paisaje y una enorme riqueza y complejidad de personajes y situaciones. Y todo ello, sin alterar -solo en apariencia- las estructuras clásicas que lo definían.
Sin embargo, aquel reconocimiento no llegó a alcanzar -entonces- a realizadores como Gordon Douglas y Delmer Daves que seguirían durante algunos años camuflados entre el polvo de la manada. Y ello, en el caso de Daves, a pesar de haber adquirido cierto prestigio con su western pro indio “FLECHA ROTA” (1950). A éste le siguió, “RETURN OF THE TEXAN”, de menor interés, rodado dos años después y que sirviría de eslabón con su brillante septeto westerniano llevado a cabo entre 1954 y 1959. La serie fue iniciada con “DRUM BEAT” (1954), seguida por ”JUBAL” (1956), “LA LEY DEL TALIÓN” (The Last Wagon, 1956), “EL TREN DE LAS 3:10” (3:10 to Yuma, 1957), “COWBOY” (1958), “ARIZONA PRISIÓN FEDERAL” (The Badlanders, 1958) y “EL ÁRBOL DEL AHORCADO” (1959). 
Centrándonos ahora en “EL TREN DE LAS 3:10”, que un servidor considera su mejor trabajo, decir que estamos ante un tenso western de características especialmente negras (es muy significativo que fuera rodado en blanco y negro, a diferencia del resto) que si bien utiliza un esquema próximo al de "SOLO ANTE EL PELIGRO", supera netamente al film de Fred Zinnemann, alcanzando cotas memorables de dureza, intensidad y emoción donde el otro desplegaba artificio y pretensión. En su desarrollo, el espectador pronto se percata de que ha sido llevado fuera de los “seguros cauces” que le hubieran permitido circular por la película con esa tranquilidad que proporcionan las carreteras señalizadas. Me explico: uno de los dos protagonistas es un atribulado pater familia (excelente Van Heflin en un rol parecido al que incorporó en “RAÍCES PROFUNDAS”) sin vocación de héroe pero que se ve empujado a ejercer como tal por pura desesperación económica. El otro es el jefe de una banda de forajidos (destaquemos que lo interpreta Glenn Ford, un actor de aspecto amigable que por una vez encarna al "malo", jugada que contribuye a romper los esquemas del espectador) capaz, en un momento dado, de actuar de manera brutal sacrificando a sangre fría a un pobre borrachín que acaba de encontrar la dignidad permitiendo que sus hombres lo cuelguen sin piedad de una viga a la vista de todos. Por otro lado, la “chica” de la película (excepcional Felicia Farr) es un personaje de tránsito, una desencantada cantinera que padece de tuberculosis y que ya solo aspira a un compasivo polvo.
Con estos inusuales mimbres hábilmente manejados y entrelazados va construyéndose la película que se carga, por momentos, de una ambigüedad que nos impide agarrarnos a estereotipos al jugar con situaciones que inevitablemente desembocan en esa toma de conciencia de Ben Wade (Ford) respecto a su forzado guardián (Heflin) a modo de un curioso “síndrome de Estocolmo” a la inversa que se cierra con un memorable final. 
No deseo cerrar este texto sin hacer mención al soberbio trabajo de George Duning que demostraba una vez más su maestría con una inspirada y delicada partitura que alcanza su máxima expresión en la balada cantada por el entonces imprescindible Frankie Laine.
NOTA: el ambicioso remake que realizó James Mangold en 2006, apostó por ampliar algunos de los temas solo apuntados en el original. No obstante, su visionado dejaba claro que hoy es difícil plantearse un western sin acusar influencias de Peckinpah y Leone (que se lo digan a Clint Eastwood). Pese a cierta dosis de elegancia en la planificación y claridad y contundencia en las escenas de acción, todo lo que nos ofrecia la versión de Mangold ya estaba sabiamente sintetizado en el original de Daves.

6 de marzo de 2013

UN EXTRAÑO EN MI VIDA (Strangers When We Meet)
(USA) Columbia / Bryna, 1960. 117 min. Color. Panavision.
Pr Ej: Kirk Douglas (no acreditado). G: Evan Hunter, basado en su novela. Ft: Charles Lang Jr. Mt: Charles Nelson, DA: Ross Bellah. Vest: Jean Louis. Ms: George Duning. Pr y Dr: Richard Quine.
Int: Kirk Douglas, Kim Novak, Ernie Kovacs, Barbara Rush, Walter Matthau, Virginia Bruce, Kent Smith, Helen Gallagher, John Bryant, Nancy Kovack, Roberta Shore, Paul Picerni.
Maggie Gault (Kim Novack) es una mujer casada. Bella y sensual, su mundo interior continúa sin aflorar.
Larry Coe (Kirk Douglas), arquitecto ded éxito, también está"felizmente" casado.
Maggie y Larry se conocen casualmente cuando acompañan a sus respectivos hijos al colegio.
Eve (Barbara Rush) es una esposa modelo, ordenada, feliz y segura de su esposo.
Roger Altar (Ernie Kovacs) es un escritor de bestsellers y encarga a Larry que le diseñe una mansión.
SINOPSIS: Un brillante y bien pagado arquitecto, confortablemente casado, conoce a su nueva vecina, una bella mujer casada, agobiada por una anodina existencia y sexualmente desatendida por su esposo, un hombre que siente una extraña aversión al contacto carnal con su mujer. Sin poder evitarlo, inician un apasionado romance que les traerá muchas complicaciones.
Felix Anders (Walter Matthau), un tipo con doble moral, es el vecino de Larry.
La relación clandestina de Maggie con Larry es para ella un descubrimiento y un espejismo de liberación.
Cuando Felix descubre el romance de Larry y Maggie, se cree en el derecho de tomarse libertades con la esposa de Larry.
Los dos amantes disfrutando de un día de asueto en el terreno donde se construirá el chalet de Roger Altar.
La belleza de Maggie convierte a esta frustrada mujer en objeto de deseo para los hombres que la abordan.
COMENTARIO: A Richard Quine se le reconoce sobre todo, cuando no exclusivamente, por sus comedias, pero el autor de “ME ENAMORÉ DE UNA BRUJA” (Bell, Book and Candle) tocó con indudable acierto otros géneros como el noir en “DRIVE A CROOKED ROAD” y “LA CASA 322” (Pushover) y el drama con trasfondo social como es el caso del que ahora comentamos. En “UN EXTRAÑO EN MI VIDA” (que bate en su propio terreno a los mejores logros de Douglas Sirk), Beverly Hills se convierte en un marco asfixiante y condicionador en el que se debaten los insatisfechos personajes de este espléndido melodrama romántico de caustico contenido, uno de los mejores trabajos de Richard Quine, sinó el mejor.
La película jugó con ele­mentos magistral­mente engarzados que ahora, en la superficie, tal vez puedan aparecer como algo anticuados, pero que exponen a través de una rigurosa e inteligente puesta en escena (nunca los encuadres, el color, la iluminación, los movimientos de cámara, e incluso la música fueron tan elegantes, precisos y expresivos) la mentira cotidiana, las contradicciones de unas vidas que desean escapar sin conseguirlo de ese acomodaticio confinamiento que los inhibe de su propia verdad. El arquitecto Larry Coe (un Kirk Douglas muy matizado) lo intenta pero finalmente sucumbe, tal vez por cobardía, y deja escapar a la mujer (condenándola también a ella) que daría sentido a su vida en uno de los finales más desoladores que recuerdo. Ambos han vivido un breve paréntesis dentro del que atisbaron la escapatoria de una vida de negación, pero, como digo, finalmente Larry prefiere renunciar a un sueño y amoldarse a la programada existencia que de él esperan los demás, esos para quienes construye chalets de audaz diseño y a los que precisamente ha animado a romper con la convención. A este respecto, resultan reveladoras las conversaciones con su cliente, el escritor Roger Altar (Ernie Kovacs).
No quiero cerrar esta breve reseña sin destacar una soberbia dirección de intérpretes en virtud de la cual Kim Novak (entendida, amada y mimada por Richard Quine) nunca estuvo tan carnal y deseable como en esta película, incorporando a esa enjaulada y patética Maggie, rescatada primero y luego abandonada a su suerte.